miércoles, 31 de enero de 2018

El ADN refuta la ‘Leyenda Negra’ antiespañola

Artículo publicado el 28 de enero de 2018 en Disidentia:
https://disidentia.com/adn-refuta-la-leyenda-negra/
El ADN refuta la ‘Leyenda Negra’ antiespañola
De un tiempo a esta parte, los estudios relacionados con la Leyenda Negra antiespañola gozan de una apreciable popularidad. Los títulos que incorporan ese rótulo más que centenario –Emilia Pardo Bazán ya lo empleó en 1899- han crecido, saltando a los medios de comunicación y a los auditorios. En este contexto, la publicación de algunos trabajos de laboratorio relacionados con algunos aspectos del Imperio español, no hacen sino realimentar este auge negrolegendario.
El primero al que hemos de referirnos nos lleva a Bélgica. Allí se ha indagado en relación a la notoria presencia de población morena y de baja estatura en determinadas regiones. La causa de la existencia de esas trazas sería el paso de las tropas imperiales españolas, siempre acompañadas de su consustancial violencia sexual. En definitiva, muchos de quienes presentan esos rasgos serían descendientes no deseados de españoles, circunstancia de la que quedaría un recuerdo popular del que da cuenta el responsable del trabajo, Maarten Larmuseau, investigador de la Universidad Católica de Lovaina, quien ha manifestado que durante sus intervenciones públicas es frecuente la pregunta en relación a la huella de ADN español en el torrente sanguíneo flamenco. Las conclusiones hechas públicas desmienten este mito, pues ni siquiera en los lugares –Amberes, Malinas- donde los tercios españoles se emplearon con mayor furia, hay una impronta cromosómica reconocible. Añade el genetista belga que, frente a estos resultados, es en otros lugares -la Inglaterra a la que llegaron los vikingos, o la Sicilia a la que accedieron los griegos- donde la penetración invasora dejó más descendencia. Aunque reducido al siempre limitado círculo académico, el trabajo de Larmuseau abre otra fisura en la estructura propagandística que funcionó en esa parte de Europa gracias en gran medida a la imprenta, si bien ello probablemente no impedirá que el Duque de Alba siga conservando su terrible halo, ni que los futbolistas vestidos de naranja canten un himno que sigue denostando al rey de España.
El estudio referido nos invita a recorrer el Camino Español para dirigirnos a Roma. Su saqueo por parte de las tropas imperiales el 6 de mayo de 1527 arrojó una espesa sombra sobre la imagen española, y ello a pesar de que la composición de las tropas y el propio mando que arrasaron la ciudad no procedían mayoritariamente de España, sino de Alemania. Convertido en un negro episodio, no fueron pocas las plumas que se cebaron sobre las huestes del emperador Carlos, queriendo ver en la conducta desplegada por la milicia, el verdadero y desagradable rostro de unos españoles enfermos de codicia y brutalidad. Dentro de esta ofensiva de papel destacó el obispo de Nocera, Paulo Jovio, cuyos escritos no se quedaron sin respuesta. El encargado de darla fue Francisco Jiménez de Quesada, que contestó en un libro no por casualidad titulado El Antijovio, obra en la que refutó las acusaciones del distinguido clérigo. En ella, el fundador de Bogotá se detuvo de este modo en el turbio episodio de las violaciones: «Pero béase de vn escritor graue a qué propósito pone vn egenplo tan ynfimo y tan vmilde, que en vn saco de vna çiudad tan grande quisiesen dos soldados acometer a vna muger para sus suzios pensamientos, porque si no aconteçió más de aquel caso, no avía para qué ponello, qu'era avajar la ystoria de su estimaçión». Denunciaba así Jiménez de Quesada la metodología negrolegendaria, basada en la exageración y distorsión de los datos, en la interesada confusión entre la parte y el todo. El saqueo de Roma, en el que sin duda se produjeron violaciones, no fue muy diferente, más allá del simbolismo adherido a la Ciudad Eterna, de los que las tropas de la época realizaban al entrar en una población. No en vano el saqueo, acompañado de violencias, constituía a menudo una parte de la paga de los soldados.
Dejando atrás Bélgica e Italia, el siguiente hito relacionado con el laboratorio nos conduce al actual México. Es allí donde el ADN, analizado por los investigadores del Instituto Max Planck, ha servido para concluir que la alta mortandad de los naturales ocurrida tras la llegada de los españoles se pudo deber a una bacteria doméstica: la salmonella. El material de campo lo han ofrecido 30 esqueletos enterrados en un cementerio de la ciudad de Teposcolula, en Oaxaca. Es decir, en los predios que dieron nombre al Marquesado del Valle, cuyo primer titular fue nada más y nada menos que Hernán Cortés, cuya osamenta fue en su día objeto de unos análisis que sirvieron de pretexto al muralista Diego Rivera para presentar a un individuo cuya deformidad física pretendía extenderse hacia la moral. La epidemia ahora estudiada, causante de una mortandad estimada entre 12 y 15 millones de muertos, se produjo entre 1545 y 1550, es decir, décadas después de una conquista que se llevó a cabo bajo una atmósfera enfermiza que invita a la reflexión.
A menudo ligada a la descollante personalidad de un Cortés perfilado bajo los cánones del héroe romántico, la caída del sangriento Imperio mexica sólo fue posible tras el establecimiento de alianzas entre la escasa hueste española y las naciones étnicas sojuzgadas por Moctezuma, a las que el conquistador liberó de su sujeción. Fue el músculo de la oprimida nación tlaxcalteca, unido a su respaldo en lo logístico, el que permitió descabezar la estructura mexica en cuya cúspide se situaba el emperador. Al mismo tiempo, como es sabido, la toma final de Tenochtitlan estuvo marcada por la devastación producida por una epidemia que llegó al continente del modo en que, con su habitual naturalidad, lo cuenta Bernal Díaz del Castillo:
«Y volvamos agora al Narváez e a un negro que traía lleno de viruela, que harto negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la tierra dellas, de lo cual hobo gran mortandad, que, segund decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no lo conoscían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad de ellos. Por manera que negra la ventura del Narváez y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos.»


La viruela, concluirá el analista afecto a la Leyenda Negra, allanó el camino de los españoles. Sin embargo, la epidemia no pudo hacer distingos entre mexicas y tlaxcaltecas, pueblos igualmente indefensos ante los agentes patógeno y, a la vez, enemigos jurados cuyo antagonismo hace añicos la ingenua idea de un Anáhuac que, visto bajo el prisma del indigenismo, poseería atributos arcádicos. Por otro lado, las pestilencias se sucedieron, y conviene reparar en el hecho de que la mortandad objeto del trabajo del Max Planck afectó a una población integrada en las instituciones virreinales. En definitiva, los muertos fueron en gran medida hombres a los cuales se había tratado de proteger mediante numerosas leyes, y para cuyos males no existían remedios sanitarios eficaces. Pese a estas evidencias, la idea de que en América los españoles llevaron a cabo un genocidio, sigue siendo cultivada por muchos, mostrando hasta qué punto las cadenas ideológicas son más fuertes que las helicoidales.

No hay comentarios: