viernes, 17 de febrero de 2012

Contra la visión castellanista del español

Artículo publicado en Altamira. Revista de Estudios Montañeses, Núm. 81, 2011, págs. 307-312.

Contra la visión castellanista del español

En el presente artículo, escrito al hilo del discurso de ingreso en la R.A.E. de la filóloga Inés Fernández-Ordóñez, se pretende reexponer la ya clásica teoría que trata de esclarecer las verdaderas relaciones entre las lenguas castellana y española partiendo desde sus orígenes. Dado que la Montaña ha pertenecido durante siglos al reino de Castilla y que de ella son originarios algunos de los más insignes estudiosos de la lengua española, ofrecemos al lector este trabajo en el que se ponen de relieve los importantes aspectos ideológicos que sobrevuelan asuntos que en primera instancia pudieran parecer puramente filológicos.

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El pasado 13 de febrero, la Catedrática de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid, especialista en dialectología rural y literatura medieval y encargada desde 1990 del Corpus Oral y Sonoro del Español Rural, Inés Fernández-Ordóñez Hernández, tomó posesión del sillón P de la Real Academia, antes ocupada por el poeta ovetense Ángel González. El título del discurso de ingreso fue: La lengua de Castilla y la formación del español.



El trabajo de Inés Fernández-Ordóñez, pese a mostrar ciertas discrepancias, sigue diversas líneas trazadas por Ramón Menéndez Pidal, no en vano, la filóloga es discípula de Diego Catalán, nieto del célebre filólogo.
La principal tesis defendida por Menéndez Pidal, consiste en señalar el papel preponderante del castellano en la formación del español. Para el gran estudioso del Cantar del Mío Cid, el español se constituye con el castellano como fuente primordial, al tiempo que consiste en una evolución de los dialectos castellano, asturleonés y navarroaragonés. Estas son las ideas plasmadas en la obra Orígenes del español (1926). Las tesis de Menéndez Pidal se apoyan, en gran medida, en materiales literarios que, según su parecer, tendrán una raíz popular. Con estos argumentos, surge su célebre teoría de la cuña invertida o «cuña castellana» que, con vértice en Cantabria, se fue ensanchando hacia el sur con un desarrollo endogámico de la lengua.
A Menéndez Pidal debemos también la puesta en marcha del Centro de Estudios Históricos y el proyecto del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, confeccionado a partir de encuestas de campo que sólo excluyeron las zonas de habla vasca, y a cuya dirección estuvo Tomás Navarro Tomás, al frente de un equipo de seis dialectólogos que trabajaron entre los años 1931 y 1936. El trabajo se articula en torno a encuestas de 828 preguntas que indagan en cuestiones fonéticas, morfológicas, sintácticas, léxicas y etnográficas. Tras el parón de la Guerra Civil, en 1947 se completan algunos territorios de Asturias y Cataluña. Finalmente, en 1952 se estudió el Rosellón y posteriormente Portugal.
Fue la Guerra Civil la que envió al exilio a Navarro Tomás, que se llevó los materiales a Estados Unidos, documentación que regresó a España para ser publicada en diez volúmenes, de los que sólo vio la luz el primero de ellos en 1962. Tras estos avatares, gran parte del material se perdió, aflorando en 2001 gracias al profesor canadiense David Heap, cuya labor fue apoyada a partir de 2008 por el CSIC con la intención de permitir el acceso a estos valiosos estudios a través de Internet, proyecto en el que ha colaborado la propia Inés Fernández-Ordóñez.
Pero regresemos a la sede de la RAE. El discurso de doña Inés, de menendezpidalista, plantea algunas objeciones. Sobre todo, el uso que Menéndez Pidal hizo de la literatura castellana, no contrastada con las periféricas, lo que propició cierto ensimismamiento. El sabio gallego, al sumergirse en la dicha literatura, cerró el paso a influencias externas, dejando de lado otros materiales escritos, aquellos que no son literatura pero que tienen una influencia cierta en la evolución de un idioma, máxime si tenemos en cuenta que en el período estudiado, el grueso de la población era analfabeto, razón por la cual entre la lengua hablada y la escrita, existirán diferencias. En descargo de Menéndez Pidal hemos de señalar la imposibilidad que éste tuvo de acceder a la información y los métodos de que hoy se disponen, algunos de los cuales, sin embargo, le deben su paternidad como el propio Atlas. En efecto, el ALPI, recibe su impulso, tomando como modelos los estudios llevados a cabo en Francia a principios de siglo, y otros que se estaban realizando en Europa, lo que da cuenta de hasta qué punto don Ramón estaba a la altura de los tiempos.
Los resultados de tan vastos estudios, sirven para confeccionar mapas geolingüísticos. Una cartografía elaborada a partir de unas líneas llamadas isoglosas que se disponen en una estructura de ejes verticales que distinguen el gallego, las lenguas del centro de la Península, el portugués y el catalán, a las que hemos de añadir otras horizontales que dan cuenta de los avances ligados a la Reconquista, cuyo ritmo dispar, complicará sobremanera el estudio evolutivo de nuestra lengua.
Con los citados mapas como apoyo, Inés Fernández-Ordóñez analiza una variada casuística que recoge la distribución geográfica y la movilidad de diversos términos, significados, diminutivos, terminaciones & c. A la vista de esta documentación, surge una de sus principales conclusiones:
«...quizá sea preferible hablar de variedades españolas y no de variedades castellanas, ya que no lo son de forma excluyente».
Así, el propio castellano, lejos de constituir una totalidad homogénea, también puede clasificarse dividiéndolo entre su forma occidental y la oriental, tesis defendida por Diego Catalán. Los ejemplos para ilustrar tal idea, a la que se puede añadir la de un castellano septentrional y uno meridional, se suceden en la intervención de la nueva académica.
En definitiva, tales variedades del castellano, muestran cómo la lengua es una construcción humana, una institución inserta en un proceso histórico que en España tuvo interesantes particularidades por cuanto la Reconquista llevó aparejados numerosos movimientos poblacionales. Repoblaciones que llevaban consigo particularidades lingüísticas e institucionales –jurídicas, tecnológicas - que se han mantenido en diversas áreas en función de su aislamiento, o que se han visto expandidas –el Descubrimiento de América abriría enormemente estos horizontes dando lugar a lo que Catalán llamó «español atlántico»- conforme se tomaban nuevas tierras.  
Estas continuidades históricas quedan señaladas en el discurso al analizar la evolución de las cartas forales, documentos confeccionados por la capa conjuntiva de los dinámicos reinos hispanos, que forman un género plotiniano que permite rastrear sus antecedentes y posteriores influencias. Por decirlo de otro modo, el Fuero de Cuenca, basado en otros anteriores norteños, es tomado como modelo para la redacción de fueros sureños.
Las conclusiones que hemos ido desgranando, encajan, según nos parece, con la visión que de la España de la época dio Claudio Sánchez-Albornoz. Los españoles, especialmente los castellanos, pequeños propietarios libres agrupados en behetrías, principal fuerza de choque contra el Islam, avanzaron hacia el sur ganando un terreno surcado por innumerables vías por las que se fue tejiendo la lengua española. Comerciantes, soldados, arrieros y pastores, siempre en movimiento, son en gran medida los artífices de este mestizaje que tuvo su correlato ganadero en el siglo XIII, con la fundación de la Mesta.
Persiste, sin embargo, la coexistencia de los vocablos «español» y «castellano» para designar a la lengua hablada por más de 400 millones de individuos, confusión cuyo origen, como señala Fernández-Ordóñez, puede localizarse en la obra de Alfonso X, atribuible, entre otras causas, a la enorme diferencia poblacional existente entre los reinos de Castilla y Aragón, que terminarían de unirse –manteniendo ortogramas políticos convergentes desde mucho antes- con los Reyes Católicos.
Durante el reinado de tan importantes monarcas surgirá una obra crucial para el futuro de la lengua española, por cuanto suponía una sistematización que la ponía en consonancia con la idea de Imperio ejercida desde el mismo reino astur. Nos referimos a la Gramática de la lengua castellana o española de Antonio de Nebrija, publicada en 1492, primer libro en que se estudian las reglas de una lengua europea distinta al latín. Junto a esta obra, dedicada a la lengua del Imperio, podemos situar muchas otras, destacando el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, publicada en 1611 y que sirvió de referencia, entre otras, al Diccionario de Autoridades de 1726, punto de partida de los subsiguientes diccionarios.
Si esto ocurría en el terreno libresco, no son menos relevantes algunos gestos realizados por las más altas instancias españolas, destacando la respuesta que Carlos V, dio al Obispo Maçon en 1536, tras el discurso pronunciado en Roma por el Emperador ante el Papa León X. Cuando el prelado se le acercó diciéndole que no entendía sus palabras, la respuesta de Carlos V, nacido en Gante y tardío hispanohablante, fue tajante:
«Señor Obispo, entiéndame si quiere; y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente chistiana».
Las conexiones entre lengua y nación histórica, eran ya muy sólidas y excedían tanto el territorio castellano como su nada homogénea lengua. El idioma empleado por Carlos V en tan señalado discurso, era ya una lengua de alcance universal, máxime teniendo en cuenta que en 1522, el vasco Juan Sebastián de Elcano había completado la vuelta al mundo demostrando la esfericidad de la Tierra.
La lengua española constituyó un decisivo aglutinante para el Imperio, contribuyendo a configurar un bloque histórico de escala mundial del que España no es ya, si atendemos al número de hispanohablantes, sino parte de su dintorno. Pese a ello, desde hace más de un siglo, operan en nuestra nación facciones hispanófobas que son conscientes de que atacar al español es atacar a España. En efecto, varias son las regiones españolas que se emplean a fondo para erradicar la lengua de Cervantes de todo aquello que tenga que ver con el mundo oficial y la enseñanza. A esta versión fuerte de unos separatismos intoxicados por el Mito de la Cultura, hemos de añadir una más suave, aquella que, de un modo sibilino, ataca a la lengua española apelando a uno de sus nombres clásicos. Así, a la lengua hablada por los hombres hispanizados, en lugar de español, se le llamará «castellano», dejando la puerta abierta, en España, a la equiparación con lenguas regionales. Con total y acrítica naturalidad, podrán decir tan solemnes y agraviados representantes de las culturas y naciones sojuzgadas por España, que en Castilla se habla castellano de la misma forma que en Galicia se habla gallego como «idioma propio», llegándose, en el uso de este subterfugio que relegaría al castellano a la categoría de lengua regional, a resultar molesto el nombre de las lenguas habladas en Asturias, los bables, cuya conexión con una Asturias protonacional, se establecerá mejor con un bable normalizado que acabará llamándose «asturiano». Y si esto ocurre en la vecina Asturias, qué decir de lo que trata de construirse en la no por casualidad denominada oficialmente Cantabria en vez de La Montaña en relación con el llamado cántabru
En la lucha contra estas ideologías, el trabajo de Inés Fernández-Ordóñez constituye un arsenal de datos que pueden ser empleados para neutralizar tales movimientos, a la vez que sirve como estímulo para ahondar en el modo en que avanzaron y se relacionaron aquellos hombres que construyeron España antes de llevar sus instituciones al Nuevo Mundo.

Iván Vélez Cipriano

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