lunes, 3 de mayo de 2010

La raza catalana

El Catoblepas • número 98 • abril 2010 • página 19

La raza catalana. De la craneometría a la inmersión lingüística
Iván Vélez


Sobre el libro de Francisco Caja, La raza catalana. El núcleo doctrinal del catalanismo, Ediciones Encuentro, Madrid 2010



«Creemos que nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios. […] También tenderemos a expulsar todo aquello que nos fue importado de los semitas del otro lado del Ebro: costumbres de moros fatalistas.»

Pompeyo Gener, 1900



 Francisco Caja, Profesor en el Departamento de Historia de la Filosofía, Estética y Filosofía de la Cultura de la Universidad de Barcelona y Presidente de Convivencia Cívica Catalana, acaba de publicar su última obra: La raza catalana. El núcleo doctrinal del catalanismo. (Ediciones Encuentro, Madrid 2010). El libro, primer tomo de una obra que tendrá continuación en una segunda entrega, constituye un exhaustivo y documentado trabajo en el que se rastrean los fundamentos, algunos todavía en vigor otros orillados, que el nacionalismo catalán emplea en su proyecto de destrucción de la Nación Española, paso imprescindible para la fundación de una Cataluña independiente que acaso podría integrarse, ocupando una posición de liderazgo, en unos aún más lejanos Países Catalanes.
 El libro, prologado por Jon Juaristi, quien reconstruye los abundantes nexos y paralelismos entre los nacionalismos catalán y vasco, se estructura en torno al estudio de la obra de una serie de prohombres de la causa catalanista ordenados cronológicamente, la gran mayoría de los cuales, desconocidos para el grueso de la población catalana, han recibido público homenaje en el callejero de las ciudades de este territorio antaño inserto en la Corona de Aragón.
 A lo largo de las 400 páginas de la obra, algunas ideas se mantienen, dando estructura e ilación al pensamiento del conjunto de personajes que las pueblan. De entre estas ideas, destaca la metáfora biológica, la apelación a conceptos médicos, acaso porque gran parte de los fundadores de la doctrina que ahora profesa la inmensa mayoría del panorama político catalán –donde izquierdas y derechas, en abierta competición por ver quién es más catalanista, se confunden de tal modo que esta ridícula dicotomía queda disuelta,– estaban en mayor o menor medida, vinculados a la Medicina o se aproximaron a su terminología de mano de la incipiente Antropología cultivada, en aquella época, en la vecina Francia.
 De este modo, el originario proyecto federalista de Pi i Margall, irá adquiriendo una nueva coloración otorgada por el surgimiento del racialismo, doctrina pretendidamente científica, en la que se tratan de conectar aspectos fisionómicos y psicológicos. En efecto, el propio Almirall ya trata de establecer diferencias que se manifestarían, sobre todo, en la forma de la bóveda craneal de los españoles. Pese a todo, la craneometría quedaría pronto relegada, favoreciendo la incorporación al racialismo de aspectos psicológicos, de psicología de los pueblos en gran medida. Se trata de una incipiente nematología, a la que se irán incorporando diversos materiales, que comenzarán a flotar por encima de los cráneos, alejándose de ellos.
 La conexión entre el físico y aspectos psicológicos o morales, no sería nueva ni exclusiva de Cataluña. La apelación a la raza ha sido un argumento empleado tanto por hombres «de letras», es el caso del propio Quevedo, con su antisemitismo explícito y su reivindicación de la raza española en obras tan conocidas como su España defendida, como por «hombres de ciencias», sirva de ejemplo el propio Santiago Ramón y Cajal, quien no dudaría en hablar de la raza española. Algo, sin embargo, distingue a estas dos figuras hispanas, de los personajes del libro de Caja. Tanto Quevedo como Ramón y Cajal se refieren a una raza española que, caracterizada en un caso por su catolicismo y en otro por una particular psicología, no acusa fronteras internas como las detectadas tempranamente por Almirall, autor de El Catalanismo. Motivos que lo legitiman. Fundamentos científicos y soluciones prácticas, obra en la que ya anticipa muchos de los argumentos repetidos hasta la saciedad por sus sucesores. Sirvan estas citas traídas por Caja, a modo de ejemplo:
 «España no es una nación una, compuesta por un pueblo uniforme. Más bien es todo lo contrario. Desde los más remotos tiempos de la historia, una gran variedad de razas diferentes echaron raíces en nuestra península, pero sin llegar nunca a fusionarse. En época posterior se constituyeron dos grupos: el castellano y el vasco-aragonés o pirenaico. Ahora bien, el carácter y los rasgos de ambos son diametralmente opuestos.»
 «El grupo central-meridional, por la influencia de la sangre semita que se debe a la invasión árabe, se distingue por su espíritu soñador [….]. El grupo pirenaico, procede de razas primitivas, se manifiesta como mucho más positivo. Su ingenio analítico y recio, como su territorio, va directo al fondo de las cosas, sin pararse en las formas.» (pág. 60.)
 Es precisamente el histórico uso de las distintas modulaciones del argumento racial, el clavo ardiendo al que se aferran los exégetas nacionalistas, en la ardua labor de lavar la imagen de de sus predecesores. Sin embargo, hemos de reiterar que en el caso de Quevedo, éste no cuestiona la «continuidad» –cuya línea de fractura, según los fundadores de la causa nacionalista catalana, sería el río Ebro– racial de los españoles, pues el insigne poeta se refería a la nación histórica española, en la que, huelga decirlo, estarían incluidos los catalanes. En el caso de los ejemplos traídos por Caja, los autores tratados se refieren a Cataluña como si se tratara de una nación étnica atrapada en una superestructura política llamada España. Mas, y esto lo añadimos nosotros, esta nación se distinguiría de otras naciones étnicas operantes en la época, –maragatos, agotes, maranchoneros, &c.– precisamente por su pertenencia plena a la nación histórica española. En efecto, la privilegiada ubicación de Cataluña, en absoluto aislada, como ocurre en los ejemplos antes citados, junto a su decisiva participación en la Historia de España, permitirían la conformación yascenso de una burguesía urbana que, a finales del siglo XIX, tras la mayor industrialización española, debida en gran medida a la pérdida de las posesiones de ultramar, se permite ahondar en estas cuestiones, hoy llamadas identitarias, a las que no son, en absoluto, ajenos los intereses económicos.
 Al hilo, entre otros, de estos aspectos económicos, nacerá una dimensión imperialista del nacionalismo catalán ya presente en Prat de la Riba, que encuentra hoy continuidad en el proyecto de Países Catalanes, en el conflicto de la llamada Franja Catalana o en diversos aspectos del nuevo Estatuto catalán, que todavía se encuentra recurrido en el Tribunal Constitucional y que el filósofo español José Antonio López Calle ha calificado, con gran acierto, valentía y erudición, como golpe de Estado{1}.
 En cualquier caso, el argumento cefálico, no así el racialista, pronto se irá viendo relegado. La apelación a la tierra, a una suerte de halo procedente de la misma que impulsará el pensamiento y carácter de los catalanes, se abrirá paso. Pompeyo Gener lo expresa con claridad:
 «El suelo, con su estructura geológica, su vegetación, sus animales propios, la atmósfera, las aguas que él contiene ó lo limitan, en una palabra, el medio ambiente en el sentido físico de la palabra, constituye el molde que da forma o cohesión á la raza ó razas que van á establecerse a un país.»
 La argumentación, en una aparente e ingenua línea naturalista que podríamos emparentar con las razones que subyacen en la idea de rurización del higienista catalán Ildefonso Cerdá{2}, no deben confundir al lector, Gener no duda en pronunciar la cita que encabeza el presente trabajo. Llevado de su visceral odio a España, encarnada en Castilla, Gener no duda en afirmar que el castellano es una lengua impropia para la gran literatura{3}. Para el doctor Gener, fuertemente afectado por el virus negrolegendario, España es la patria de la Inquisición, una nación alejada, en todo caso, de la sublime Europa de la cual el médico barcelonés, que habría visto la luz en la Sociedad, Escuela y Laboratorio de Antropología de París, importa los argumentos racialistas que impregnan toda su obra.
 Pero no todo es pesimismo y resentimiento en los escritos de Gener, también hay soluciones. En el siguiente texto quedan expuestos todos los argumentos que el catalanismo actual emplea, con la formulación de la España plurinacional incluida, y la manida solución del «en Europa nos encontraremos» al fondo:
 «Por esto rechazamos y pedimos que entierren estos restos insepultos de esta España negra, que se formó en pro de un trono opresor extranjero y de una religión de muerte: anhelamos la formación de otra España según las libres y fuertes tradiciones de los diversos pueblos. Que cada nación que en ella coexiste por razas se manifieste y se organice para su superior desenvolvimiento. En esta Nueva España, Cataluña marchará sola avanzando, para llegar a ser el centro de una República aristárquica (sic) mediterránea, porque nos sentimos profundamente europeos, y no queremos morirnos vegetando en el pudridero de los sepulcros. No somos separatistas. Marchamos mirando hacia delante, hacia Europa. En todo caso los separatistas serán los que se queden mirando atrás, mirando hacia África.» (pág. 105.)
 Y de estas diferencias de acusado espiritualismo, se derivarán efectos más prácticos, entre ellos destaca la animadversión que los padres de la patria catalana muestran por el igualitarismo, al que combaten con saña durante la segunda mitad del siglo XIX, tendencia que, oportunamente, iría cambiando con posterioridad.
 Sea como fuere, el racialismo encontrará asideros de muy diverso proceder. De este modo, en ocasiones, con Renan, se hablará de una raza lingüística, lo que da como resultado la fórmula una lengua = una nación, otras veces las razones se buscarán en interpretaciones sui generis de las teorías evolutivas o, como en el caso de Rovira i Virgili, mediante la suma de factores antropológicos y lingüísticos, dando lugar a la raza histórica.
Paralelamente a esta línea racialista, iría adquiriendo vigor otra, ligada a un incipiente fundamentalismo democrático, también denominado decisionismo. Rovira i Virgili, es un fiel exponente de esta nueva vía catalanista de aristas más suaves. Las diferencias con el resto de España, el célebre hecho diferencial, constituirán, para Rovira, una inapelable justificación del derecho que asiste a Cataluña para decidir su futuro, un futuro que para el militante de Esquerra Republicana, no pasaba precisamente por el mantenimiento de esta región en España, al margen de su coyuntural unión confederal con la misma. Demos la palabra al fundador de Acció Catalana:
«Mientras Cataluña vivió desnacionalizada, llevaba en su cuerpo, como una monstruosidad, el alma de otro pueblo, el alma de Castilla. Tenía las apariencias de Cataluña; pero no era Cataluña, es decir, no era la nación catalana. Aquello que otorga la personalidad a un pueblo, no es su cuerpo, sino su alma. La patria no es la tierra considerada geográficamente, sino al espíritu. No es el habla en aquello que tiene de puramente fonético, sino en el flamear espiritual que reside en el habla.» (pág. 301.)
 A estas alturas, el peso del catalanismo separatista, pasará de recaer en las espaldas de hombres ligados de una u otra manera a la Medicina, a ir escorándose hacia el gremio de los filólogos. Las apariencias físicas irán cediendo terreno, otorgando el protagonismo al asunto de la lengua.
 El libro de Francisco Caja, no obstante, llega hasta la figura de Daniel Cardona, quien todavía pronuncia la frase:
 «Un cráneo de Ávila, no será nunca como uno de la Plana de Vic. La Antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42.» (citada en pág. 331.)
 Cardona, protagonista de la bufa intentona de proclamación de la República Catalana del 14 de abril de 1931, constituirá un fiel exponente de individuo de su tiempo, de un tiempo marcado por el nazismo. En efecto, cómo no evocar la atmósfera del Berlín hitleriano en referencia a los judíos, al escuchar la siguiente frase salida de los labios del político barcelonés:
«¡Y es que todos, todos, tenemos aún este espíritu castellano tan cerca de nosotros!¡Tan cogido a nosotros!¡Es la garrapata asquerosa de cada día, de siempre! Oh, como Gaudí, el catalanísimo Gaudí –supo plasmar nuestra acción ante el enemigo– allí en aquella casa de la calle Caspe, cuyo picaporte es un escudo de Cataluña que golpea sobre la garrapata española.» (pág. 346.)
 Próxima se encontraba la Guerra Civil Española, presentada por el nacionalismo catalán, en una nueva y burda manipulación histórica, como un enfrentamiento entre España y Cataluña. Poco después, la alemania nazi mostraría su verdadera faz mediante la llamada Solución Final.
Tras la derrota en la II Guerra Mundial, la ideología que sustentaba al Tercer Reich, entre cuyos proyectos se hallaba la construcción de una Europa de los pueblos integrada, entre otras, por Cataluña, se derrumbaría estrepitosamente. El Juicio de Nuremberg, pondría fin al proceso de ascenso y caída del nazismo, que dejaría millones de muertos, que lo fueron en gran medida en virtud a la pertenencia a una raza, la semítica, que los próceres del catalanismo atribuían al resto de españoles. Hora era de abandonar las tesis y el tono de Cardona.
 Sería, no obstante, otro clásico producto alemán, el que acudiría en socorro de los nacionalistas catalanes. Tras la II Guerra Mundial, sería el Mito de la Cultura el que auxiliaría de nuevas figuras que tomaron el relevo de los citados. Ahora sería la lengua vernácula, el catalán, el fulcro donde se apoyarían los movimientos sediciosos para hacer saltar por los aires la denostada unidad nacional española. De este modo, en torno al catalán se iría tejiendo una red que acabaría atrapando a las propias instituciones políticas y educativas, de donde el español sería expulsado. Cataluña sería una tierra de acogida, con el peaje obligatorio de la integración en una cultura construida a medida de la causa. Más tarde llegaría la hora en la cual, para ser catalán, aun procediendo de las tierras habitadas por garrapatas, tan sólo bastaba, Jordi Pujol dixit, con vivir y trabajar en Cataluña.
 Pero eso, pertenece ya al segundo volumen de esta obra, cuya publicación esperamos con impaciencia.


Notas


{1} Véase su artículo «El golpe de Estado estatutario de José Luis Rodríguez Zapatero», en http://www.nodulo.org/ec/2010/n095p10.htm, trabajo del que esperamos su segunda parte.


{2} Véase nuestro artículo «Ildefonso Cerdá y el Ensanche de Barcelona» http://www.nodulo.org/ec/2009/n094p11.htm


{3} Caja, pág. 101.

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